viernes, 18 de abril de 2008

No hay nada más antiliberal que la libertad de horarios comerciales



Nada más antiliberal que la libertad de horarios comerciales. Esa pretendida libertad no es más que un paso más en el afán liberticida del liberalismo, en la verdadera cuestión social del siglo XXI, que no es entre lo privado y lo público sino entre lo grande y lo pequeño. Es liberticida porque aumenta la libertad del grande para fastidiar al pequeño, porque reduce la libertad del trabajador para elegir, la del productor para vender y, sobre todo, la libertad del consumidor -antes llamado pueblo o ciudadano- para poder dedicar más tiempo a su familia, a sus amigos, a sus aficiones y, por qué no decirlo, a Dios.

Como siempre, los plutócratas, los oligarcas, nos venden su libertad de horarios con ese nombre: libertad. Saben que sólo las grandes estructuras -los hiper- podrán aprovecharse de esa libertad en detrimento del pequeño comercio. Veamos: el ciudadano no acude al hiper porque le guste, ni tan siquiera porque sea más barato que el ultramarinos de al lado de su casa. De hecho no lo es, especialmente en alimentos frescos, los que se llevan la parte del león en el presupuesto familiar. Lo que ocurre es que la reclusión del cuerpo social en grandes núcleos urbanos y los interminables horarios laborales, provocan que Juan Español no pueda ir a comprar sino el sábado y tenga que cargar para toda la semana. El mismo trabajo interminable que le impide tener una vida de familia y de amistad -y ya no hay ama de casa que cubran es flanco- le obliga a desplazarse en coche -más gastos- y convertir el vehículo familiar en una furgoneta de reparto.

Es el mismo fenómeno económico que ha llevado a que consideremos familia numerosa a la que se atrevido a tener tres hijos. Dos vástagos, incluso uno, parecen ya una multitud. Lógico: Si ambos cónyuges trabajan y viven en una ciudad donde la ida y vuelta al/del trabajo puede costar varias horas al día, y donde hay que comer fuera de casa, y donde no hay manera de encontrar vivienda adecuada para una familia numerosa lo lógico es lo que tenemos: dos sueldos, ningún hijo, compra en el hiper y una sociedad moribunda.

Gracias a abrir 365 días al año, 24 horas al día, los hiper consiguen aproximarse al monopolio, o lo que es peor, al oligopolio, forzando el cierre de los pequeños comercios, lease PYMES, la ruina del profesional, del autónomo, que representa el baluarte de la libertad individual. Ya he insistido en el importante detalle de que en los PAU de Madrid, en los nuevos barrios de este monstruo urbanístico en el que se ha convertido la capital de España, se levantan edificios sin bajos comerciales. El que quiera poner una pequeña panadería tiene que introducirse en los grandes centros comerciales, es decir, en grandes estructuras. Esto es, tiene que ser maloliente cola de león y renunciar a ser cabeza de ratón -que aunque sea de ratón, es cabeza-.

Pues bien, cuando los hiper consigan -y yo diría que han avanzado mucho- hacerse con el oligopolio, comenzarán la práctica del oligopolio: Por de pronto se convertirán en bancos. Ya no se les inscribirá en el sector alimentario sino en el financierp. Parece que venden naranjas pero no: venden tiempo. Presumen de vender más barato porque pagan más tarde a los proveedores y en unas condiciones leoninas.

Al tiempo, precarizan el empleo y fagocitan toda una serie de profesiones: -pescadero, carnicero, charcutero- que tienen su arte y que tradicionalmente han sido desarrollados por micro PYMES, empresas familiares y autónomos. La liberalización del comercio no produce clase media, sino una vuelta al proletariado. Si los viejos sindicatos de clase -los de ahora no sé exactamente qué son- volvieran a plasmar en gráficos la explotación laboral ya no recurrirían a la imagen de los jornaleros ubicados en la plaza del pueblo mientras el cacique señala con el dedo a los agraciados que van a tener el honor de trabajar; dibujarían a las cajeras hispanas de los grandes hipermercados franceses y alemanes (si quieren nombres: Carrefour, Alcampo, Lidl) esperando en una sala a que se aglomeren los clientes, momento en el cual el jefe de planta decidirá que es el momento de que ocupen su puesto en la caja con un contrato de ocho horas.

Por lo tanto, señora Esperanza Aguirre, no nos venga con liberalismo. El liberal de hoy es el autónomo, el pequeño propietario, que no pide un trato de favor: lo que pide es que el trato de favor no se lo den al grande, y que, para más pitorreo, el tal grande se presente como un campeón de la libre iniciativa: más bien de “su” libre iniciativa. Es más, es el hiper el que va a acabar con la libertad porque montar cualquier actividad comercial desde la nada se hace tarea imposible. La liberalización de comercio supone un atentado contra el derecho a la propiedad privada. En suma, es lo más antiliberal que se le ha ocurrido a la liberal Aguirre.

Habrá que repetirlo: la justicia social no estriba -no ha estribado nunca en la lucha de lo privado contra lo público sino en la sangrienta batalla de lo pequeño contra lo grande. Lo liberal, señora Aguirre, es lo pequeño. Y la justicia social, señor Miguel Sebastián, nuevo ministro de empresas, consiste en la promoción de la PYME, no en las grandes fusiones entre grandes multinacionales. Cuanto más grande sea una corporación, más plutócrata, más monopolística, más corrupta, más liberticida.

Eulogio López en el diario digital Hispanidad

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